jueves, 6 de octubre de 2016

Sufrimiento, libido y noción del Yo en la psicología y el Budismo


Sufrimiento, líbido y noción del Yo en la Psicología y el Budismo, por Juan Manuel Otero Barrigón


Si hablaremos de psicología, a la que nos referiremos es a la psicología clínica, es decir, aquella originada en el klinein, en el inclinarse del antiguo médico sobre el lecho del paciente sufriente (klinike era la práctica medieval de atender al enfermo que se encontraba recostado en su cama), tal como lo indica su significado original.

La psicología clínica nace motivada en dar una respuesta integral y eficaz al sufrimiento humano, a las vicisitudes que en el ciclo vital atraviesa toda persona, y al carácter conflictivo del hombre mismo, en toda su dimensión.

Y es esta misma preocupación originaria la que determina el surgimiento de la filosofía del príncipe Siddharta Gautama, el llamado Iluminado. Del otro lado del mundo, y con varios siglos de anticipación, el Budismo surge haciéndose las mismas preguntas, en un sentido puramente existencial y metafísico. En el mismísimo punto de partida del camino del príncipe Siddharta encontramos su preocupación primordial por la condición sufriente del hombre. ¿Por qué envejecer y morir? ¿Por qué sufrir? ¿Cúal es el sentido de la existencia a la luz de la multitud de pesares a las que estamos sujetos en nuestra condición humana actual? Todas estas preguntas se las hará el joven príncipe en el inicio de su recorrido espiritual; recorrido que, y ateniéndonos a los registros biográfico-legendarios que tenemos de su existencia, trazaran la multitud de vivencias que lo acompañarán hasta el despertar (satori) a la sombra del árbol bodhi.

Este primer paralelo nos deja entrever la afinidad original existente entre la psicología, en su dimensión clínico-asistencial y la filosofía de vida budista. Ambas tienen al hombre como objeto de estudio y de interrogación desde el comienzo, y ambas buscan brindar una respuesta y una solución a la misma condición sufriente que atraviesa al hombre en todas las etapas de su vida.

La historia nos cuenta que, habiendo crecido rodeado de multitud de placeres y privilegios, el príncipe Siddharta fue objeto de lo que en la historiografía del Budismo se conoce como las cuatro visiones, con motivo de un desfile ceremonial en el imperio de los Shakya, su tribu de origen. Su padre, que estaba advertido del destino de asceta que le deparaba al joven príncipe, y decidido a impedir por todos los medios que la profecía se cumpliera y que Siddharta abandonara la vida palaciega para dedicarse a los asuntos espirituales, había procurado evitarle cualquier tipo de contacto con las cosas del mundo exterior, especialmente con los sufrimientos y pesares de la vida misma. Empero, no puede eludirse el Dharma universal, y fue en esa ceremonia imperial en la que los ojos de Siddharta tomaron contacto por primera vez, en sus veintitantos años de vida, con la realidad del sufrimiento. Un muerto, un leproso, un anciano y un saddhu (monje) fueron las cuatro visiones que el príncipe tuvo en esa ceremonia, a pesar de los intentos paternos de limpiar el camino de todo estímulo perturbador. No había caso, el destino del joven príncipe debía cumplirse.

Fue entonces que, perturbado por estas visiones, decidido a encontrar una explicación a tanto sufrimiento y dolor, conmovido a su vez por la paz y la serenidad espiritual irradiada por el anciano asceta, Siddharta tomó una decisión radical, la gran decisión: abandonó todo. Palacio, esposa, hijo y un futuro como rey de su tribu quedaron atrás para el príncipe, que ya había encontrado un sentido para su vida, un camino de búsqueda que respondiera a sus interrogantes profundos. El Budismo nace así, al igual que la psicología clínica, con el fin de brindar una ayuda y una respuesta práctica (y también teórica y existencial, según el caso) al problema del sufrimiento.

Se ha dicho más de una vez que el budismo es la más psicológica de las filosofías orientales. Y en efecto es quizás, el sistema de pensamiento oriental que más aportes ha hecho y con el cual mayor cantidad de puentes pueden establecerse si de saber psicológico se trata. Ya hemos visto la motivación originaria del fundador del budismo, y hemos podido tomar nota de coincidencia con los fines de la psicología clínica. Ahora bien, ¿qué más ha dicho la filosofía del Buda que nos competa como psicólogos? ¿qué otros conceptos propone dicha filosofía? Para responder a esta pregunta, tendremos que tomar en consideración algunos conceptos pilar de esta filosofía existencial, conceptos entre los cuales, destacaremos el de impermanencia (Annica) e impersonalidad (Anatta).


Cuando Buda habla de Anicca o impermanencia, se refiere al constante surgimiento, el constante devenir y la constante desaparición de todos los fenómenos. Dicho en otras palabras, no hay nada permanente: todo está sujeto al devenir, al cambio, por lo tanto, no hay nada a lo que aferrarse. El deseo, al cual Buda responsabilizará por la existencia del sufrimiento en el hombre, se termina cuando se alcanza el objeto, pero si todo cambia, incluso cuando dicho objeto se consigue, seguirá cambiando y ya no será el mismo. Es por este motivo que los anhelos se denominan sed, y el hombre está verdaderamente, sediento eternamente, ya que, cuando mitiga su sed, esta se transforma, prolongando así una interminable rueda cíclica de deseos. Siempre se está en estado de tensión según Buda, y esto ata al hombre a la experiencia sufriente.

Por otra parte, al hablar de Anatta o impersonalidad, nos será de suma importancia considerar como es que el Budismo entiende al Yo, mejor dicho, que es el Yo para el Budismo.
El Budismo habla del Yo como de un conjunto de cinco elementos o agregados. Uno es físico, y el resto son mentales. La forma, el primero de ellos, está constituida a su vez por los cuatro elementos que integran la materia: tierra, agua, aire y fuego. El segundo elemento es la percepción, es decir, la facultad sensorial por la cual tomamos nota y conocimiento del mundo, y de todo lo que nos rodea. El tercer elemento es la sensación, esto es, la impresión que causan los objetos sobre los sentidos. El cuarto elemento es el esquema o hábito mental, que se constituye como producto de las impresiones reiteradas. Y finalmente, el quinto y último elemento es la conciencia, objeto de transmigración entre una reencarnación y otra, para algunos budistas.

Cuando una persona muere, de acuerdo a ciertas corrientes del Budismo, el cuerpo se desintegra y cada elemento constitutivo, tierra, agua, aire y fuego vuelven a sus respectivos orígenes. Y así como existen receptáculos para los elementos físicos, también se supone la existencia de reservorios de carácter más abstracto para los elementos mentales. De esta manera, podemos suponer que para reencarnar, es necesario que se vuelvan a reunir los cinco componentes, volviendo, en esencia, la conciencia, el único que se va modificando a lo largo del proceso de muerte y renacimiento, para ir perfeccionándose progresivamente, hasta alcanzar el Nirvana o liberación.

Entonces, cabría ahora preguntarnos: ¿qué hay del yo y de la identidad a la que tanto nos aferramos en occidente y cuya conceptualización es tan crucial para la psicología? Efectivamente, solemos entender al yo como aquella instancia psíquica que nos imprime una copia de la realidad, que obtiene las percepciones del mundo exterior e instaura además, y de acuerdo a la teoría psicoanalítica, el principio de realidad que destituye al principio de placer. El yo integra nuestra identidad, que es aquel sentido que proporciona a la personalidad una unidad y coherencia en el tiempo. Es debido a que poseemos identidad, que somos y nos reconocemos como nosotros mismos en las distintas épocas de la vida, y cuya naturaleza está por lo tanto perturbada en mayor o menos medida, en las distintas patologías mentales. Ahora bien, si todo es transitorio y al momento de morir, todo aquello que nos constituye desaparece (excepto recordemos, la conciencia, cuyo concepto difiere del de identidad y yo), ¿qué hay del yo y de la identidad para el Budismo?

Pues bien, el Budismo responderá que no hay tal yo permanente, ni tampoco tal identidad. Dado que todo es impermanente y fluye, y que no existe ningún eje que nos defina como seres individuales, indiferenciados, y poseedores de una mismidad que nos haga únicos y diferentes al resto, nuestro yo es insubstancial, es decir, no posee ningún fondo o contenido propio que haga que, por ejemplo, exista un pensador detrás de cada pensamiento. Somos, en tanto y en cuanto los cinco elementos que nos integran están unidos por el tiempo que dura nuestra vida. Cuando estos elementos se separan al morir, sólo queda la conciencia que trasciende, pero ya no hay substancia de ningún tipo, y por lo tanto, ya no hay yo ni identidad.

Algunas escuelas budistas antiguas irán más lejos aún, alegando que ni siquiera la conciencia permanece tras la muerte corporal, por lo que ninguno de los cinco elementos constitutivos perdura tras el cumplimiento del ciclo de la vida. Según esta concepción, lo único que generará las condiciones para un nuevo nacimiento será el karma, aquel eco impersonal que brota como respuesta de todo cuanto hacemos, decimos y pensamos. 


Vemos como en esta concepción, el Budismo difiere profundamente de prácticamente todas las escuelas psicológicas conocidas, y las consecuencias de tales planteos, darían lugar a numerosas reflexiones que en alguna oportunidad seguiremos desarrollando.

Por último repararemos en la noción de líbido, concepto psicoanalítico entendido por su fundador, y que aquí simplificaremos, como aquella energía, considerada en su dimensión de magnitud cuantitativa, que siendo vital e instintiva gobierna el inconciente y dirige la conducta hacia el placer.

Cuando el Budismo habla de deseo como causa del sufrimiento, se refiere fundamentalmente al apego, esa sed infinita que continuamente tiende hacia un objeto distinto, encerrándonos en un círculo vicioso que no nos permite salir. En este sentido, difiere del sentido que Freud le daba a la palabra líbido. Puede haber, de acuerdo a la filosofía búdica, un tipo saludable de líbido, como lo es el instinto de conservación, el dar y recibir placer o amor; o bien un tipo destructivo, que es el que tiende a la desaparición y la muerte. Sin embargo, el deseo para los budistas, es causa y razón del sufrimiento debido a que la realidad nos demuestra constantemente que no obtenemos lo que queremos o deseamos, sino que muchas veces ocurre lo contrario, razón por la cual, el deseo nunca es en definitiva, ni en ningún caso, a diferencia de la líbido, positivo.

La preocupación por el sufrimiento humano, las nociones de yo y de identidad, y la conceptualización de la líbido y el apego son solamente algunos de los paralelos que pueden invitarnos a reflexionar sobre los posibles puentes a tenderse entre la psicología clínica y la filosofía budista. Estas palabras compartidas son solamente una introducción, una invitación a continuar profundizando el diálogo entre la psicología de Occidente y los senderos orientales de liberación, con fundamentos que rescaten lo mas auténtico, genuino y enriquecedor de estas concepciones ancestrales de la vida.

Bibliografía básica:

* Laplanche, Jean; Pontalis, Jean. Diccionario de Psicoanálisis.
* Tallaferro, Alberto. Curso básico de Psicoanálisis. Editorial Paidós, Bs As, 1970.
* Wolpin, Samuel. Todas las respuestas del Budismo. Ediciones del Amanecer Dorado, Bs As, 1992.

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