martes, 12 de julio de 2016

Afortunado el hombre que nada es (J. Krishnamurti)

Nota del autor del blog: mi querida maestra y profesora de Tai Chi, Ana Yao, me sugirió que leyera atentamente las siguientes palabras que Jiddu Krishnamurti le regalara a una joven amiga suya en distintas cartas enviadas entre junio de 1948 y marzo de 1960. Las comparto aquí, ya que como dice Ana, el arte y la sabiduría,todo lo abarcan y a todo abrazan, como el Tao, trasciende toda frontera
Gracias Anita!

 

"Sea dúctil mentalmente. El poder no radica en la firmeza y en la fuerza, sino en la flexibilidad. El árbol flexible aguanta el ventarrón. Adquiera el poder de una mente rápida.

La vida es extraña, tantas cosas ocurren inesperadamente; la mera resistencia no resolverá ningún problema. Uno necesita tener infinita flexibilidad y un corazón sencillo.

La vida es el filo de una navaja y uno ha de recorrer ese sendero con cuidado exquisito y dúctil sabiduría.

La vida es muy rica, tiene tantos tesoros, y nosotros la afrontamos con los corazones vacíos; no sabemos cómo llenar nuestros corazones con la plenitud de la vida. Somos pobres internamente, y cuando se nos ofrecen riquezas, las rechazamos. El amor es algo peligroso, trae consigo la única revolución que da completa felicidad. Y así muy pocos de nosotros somos capaces de amar, pocos queremos amar. Amamos en nuestros propios términos, haciendo del amor una cosa comerciable. Tenemos la mentalidad mercantil y el amor no es comerciable, no es un asunto de toma y daca. Es un estado del ser en que se resuelven todos los problemas humanos. Vamos al pozo con un dedal, y así la vida se vuelve una cosa vulgar, pequeña y mezquina.

¡Qué exquisito lugar podría ser la tierra, con tanta belleza como hay, tanta gloria, tanta imperecedera hermosura! Estamos atrapados en el dolor, y no nos importa poder salirnos de él, aun cuando alguien nos esté señalando una salida.

No sé, pero uno está ardiendo de amor. Hay una llama inextinguible. Uno tiene tanto de ese amor que desea darlo a todos, y lo hace. Es como un río poderoso que fluye, nutriendo y regando cada ciudad y aldea por las que pasa; se contamina, la suciedad del hombre entra en él, pero las aguas se purifican pronto y rápidamente prosigue su curso. Nada puede estropear el amor, porque todas las cosas se disuelven en él -las buenas y las malas, las feas y las bellas­. Es la única cosa que tiene su propia eternidad.

¡Los árboles se veían tan majestuosos, tan extrañamente impenetrables a las calles asfaltadas y al tráfico! Sus raíces se hundían muy abajo, en lo profundo de la tierra, y sus copas se alargaban a los cielos. Nosotros tenemos nuestras raíces en la tierra, y tiene que ser así, pero nos adherimos a la tierra; sólo unos pocos se elevan a los cielos. Son las únicas personas creativas y felices. Las demás se destruyen y se dañan unas a otras sobre esta tierra tan hermosa -con injurias y también con habladurías­.

Sea abierta. Viva en el pasado si tiene que hacerlo, pero no luche contra el pasado; cuando el pasado llega, mírelo; no lo aparte de sí ni se aferre a él demasiado. La experiencia de todos estos años, el dolor y la felicidad, los desastres lamentables y los destellos que en usted suscitó la separación, la sensación de lejanía, todo esto habrá de enriquecerla y agregará belleza a su vida. Lo que importa es lo que tiene usted en su corazón; y puesto que eso desborda, lo tiene todo, usted es todo.

Esté alerta a todos sus pensamientos y sentimientos, no deje que ninguno de ellos se escabulla sin que usted lo advierta y absorba su contenido. Absorber no es la palabra, sino ver, ver todo el contenido del pensamiento-sentimiento. Es como entrar en una habitación y ver todo el contenido de la misma de una sola vez, su atmósfera y sus espacios. Ver los propios pensamientos y estar atento a ellos, lo vuelve a uno intensamente sensible, flexible y alerta. No juzgue ni condene, sólo esté muy alerta. De la separación de las impurezas, surge oro puro.

Ver ‘lo que es’ resulta realmente muy arduo. ¿Cómo observa uno claramente? Un río, cuando se encuentra con una obstrucción, nunca está quieto; el río demuele la obstrucción por su propio peso, o pasa por encima de ella o encuentra su camino por debajo o alrededor del obstáculo; el río nunca está quieto; no puede sino actuar. Se rebela, si podemos expresarlo así, inteligentemente. Uno debe rebelarse inteligentemente y aceptar inteligentemente ‘lo que es’. Para percibir ‘lo que es’, tiene que existir el espíritu de la rebelión inteligente. A fin de no confundirse, se necesita cierta inteligencia; pero uno está generalmente tan ansioso por conseguir lo que desea, que se arroja contra el obstáculo; o se destroza contra él o queda exhausto en su lucha contra él. Ver la cuerda como cuerda no requiere valor, pero confundir la cuerda con una serpiente y luego observar, eso sí que requiere valor. Uno tiene que dudar, investigar siempre, ver lo falso como falso. Uno obtiene el poder de ver claramente, mediante la intensidad de la atención; verá usted que ese poder llega. Hay que actuar; el río jamás deja de actuar, está siempre activo. Para actuar, uno tiene que hallarse en estado de negación; esta negación misma trae su propia acción positiva. Pienso que el problema es ver claramente; entonces esa percepción misma es la que genera su propia acción. Cuando hay flexibilidad, no existe el problema de acertar o equivocarse.

Uno tiene que estar muy claro internamente. Le aseguro que entonces todo saldrá bien; sea clara y verá que las cosas se ordenan correctamente por sí mismas sin que usted haga nada al respecto. Lo correcto no es lo que responde a nuestros deseos.

Tiene que haber una completa revolución, no sólo en las grandes cosas, sino en las pequeñas cosas de todos los días. Usted ha tenido esa revolución, no vuelva a lo de antes, manténgase ahí. Mantenga la caldera hirviendo ­internamente­.

Espero que haya pasado una buena noche, que la salida del sol a través de su ventana haya sido agradable, y que pueda ver apaciblemente las estrellas nocturnas antes de ir a dormir. Qué poco conocemos del amor, de su extraordinaria ternura y de su ‘poder’, con qué facilidad usamos la palabra amor; la usa el general, la usa el carnicero; el hombre rico la usa y la usan el muchacho y la muchacha. Pero, ¡qué poco saben de él, de su inmensidad, de su condición inmortal e insondable! Amar es percibir la eternidad.

Qué cosa extraordinaria es la relación, y con qué facilidad caemos en el hábito de una relación particular, donde las cosas se dan por sentadas, donde se acepta la situación y no se tolera variación alguna; no se da cabida a ningún movimiento hacia la incertidumbre, ni siquiera por un segundo. Todo está tan bien regulado, asegurado, sujeto, que no hay oportunidad ninguna para la frescura, para un claro soplo revivificante de primavera. Esto y más es lo que llamamos relación. Si observamos atentamente, vemos que la relación es algo mucho más sutil, más rápido que el relámpago, más inmenso que la tierra, porque la relación es vida. Nuestra vida es conflicto. Nosotros queremos hacer de la relación algo tosco, rígido y maniobrable. Y así pierde su fragancia, su belleza. Todo esto surge porque no amamos, y el amor, es, desde luego, lo más grande de todo, porque en él tiene que existir la completa entrega de uno mismo.

Lo esencial es la cualidad de lo fresco, de lo nuevo, o de lo contrario la vida se convierte en una rutina, en un hábito; y el amor no es un hábito, una cosa aburrida. La mayoría de la gente ha perdido la capacidad de maravillarse. Lo da todo por hecho, y este sentido de seguridad destruye la libertad y la sorpresa de la incertidumbre.

Proyectamos un futuro muy distante, lejos del presente. La atención necesaria para comprender, está siempre en el presente. En la atención siempre existe un sentido de inminencia. Tener claridad con respecto a las propias intenciones implica una tarea muy ardua; la intención es como una llama, instándolo a uno incesantemente a comprender. Sea clara en sus intenciones y verá que las cosas salen bien. Tener claridad en el presente es todo lo que se necesita, pero no es tan fácil como suena. Uno tiene que desbrozar el campo para la nueva semilla, y una vez que ésta se planta, su propia fuerza y vitalidad crean el fruto y la semilla siguiente. La belleza externa jamás puede ser permanente, se estropea siempre si no existen el deleite y la dicha internos. Nosotros cultivamos lo externo, y prestamos muy poca atención a lo que ocurre bajo la piel; pero lo interno se impone siempre a lo externo. Es el gusano dentro de la manzana el que destruye la frescura de la manzana.

Se requiere gran inteligencia para que un hombre y una mujer que viven juntos se olviden de sí mismos, no se sometan el uno al otro ni se dominen mutuamente. La relación es la cosa más difícil que hay en la vida.

Qué extrañamente susceptible es uno a una atmósfera; necesita un ambiente amigable, un sentimiento de atención cálida en el cual pueda florecer libre y naturalmente. Muy pocos tienen esta atmósfera, por eso casi todos están empequeñecidos, tanto en lo físico como en lo psicológico. Estoy muy sorprendido de que usted haya sobrevivido sin corromperse en esa atmósfera peculiar. Uno puede ver por qué no fue usted totalmente destruida, por qué no se manchó ni se doblegó; en lo externo se adaptó lo más rápidamente que pudo, y en lo interno se adormeció. Es esta insensibilidad interna la que la salvó. Si se hubiera permitido ser sensible, internamente abierta, no hubiera podido soportarlo y entonces habría existido un conflicto que la habría quebrantado con las huellas consiguientes. Ahora que está internamente despierta y clara, no tiene conflicto alguno con la atmósfera que la rodea. Es este conflicto el que corrompe. Usted permanecerá siempre libre de cicatrices si internamente está muy alerta y despierta y se adapta con afecto a las cosas exteriores.

Los sustitutos pronto se marchitan. Uno puede ser mundano aun cuando posea unas pocas cosas. El deseo de poder en cualquiera de sus formas -el poder del asceta, el poder de un gran financista, o el del político, o el del papa­ es mundano. El anhelo de poder engendra crueldad y pone énfasis en la importancia del sí mismo; la agresividad del yo en expansión es, en esencia, mundanalidad. La humildad es sencillez, pero la humildad cultivada es otra forma del espíritu mundano.

Muy pocos se dan cuenta de sus cambios internos, de sus retrocesos, conflictos y distorsiones. Incluso si se dan cuenta, tratan de hacerlos a un lado o escapan de ellos. No haga eso. No creo que lo haga, pero hay un peligro en vivir demasiado estrechamente en contacto con los propios pensamientos y sentimientos. Uno tiene que percatarse de ellos sin ansiedad, sin presión ninguna. En su vida ha tenido lugar la verdadera revolución, usted debe estar muy atenta a sus pensamientos y sentimientos -déjelos salir, no los controle, no los detenga­. Déjelos que se viertan hacia afuera, tanto los apacibles como los violentos, pero esté alerta a ellos.

¿Está ocupada con lo que son sus deseos, si es que tiene algunos? El mundo es un buen lugar; nosotros lo hacemos todo para escapar de él por medio de la adoración, de la plegaria, de nuestros amores y temores. No sabemos si somos ricos o pobres, jamás hemos investigado a fondo dentro de nosotros mismos para descubrir ‘lo que es’. Existimos en la superficie, satisfechos con tan poco y sintiéndonos dichosos o desdichados por cosas tan pequeñas. Nuestras mentes mezquinas tienen problemas mezquinos y respuestas mezquinas, y así consumimos nuestros días. No amamos, y cuando lo hacemos es siempre con miedo y frustración, con dolor y anhelos.

Estuve pensando en lo importante que es ser inocente, tener una mente inocente. Las experiencias son inevitables, tal vez necesarias; la vida es una serie de experiencias, pero la mente no necesita cargarse con sus propias exigencias acumulativas. Puede lavarse de cada experiencia y mantenerse inocente -sin carga alguna­. Esto es importante, de lo contrario la mente nunca puede ser fresca, alerta y flexible. El problema no es ‘cómo’ mantener flexible la mente; el ‘cómo’ es la búsqueda de un método, y el método jamás puede traer inocencia a la mente; puede volverla metódica, pero nunca inocente, creativa.

Comenzó a llover ayer por la tarde, ¡y cómo diluvió durante la noche! Jamás he escuchado nada como esto. Fue como si se hubieran abierto los cielos. Con ello había un silencio extraordinario, el silencio de un peso inmenso derramándose sobre la tierra.

Es siempre difícil mantenerse sencillo y claro. El mundo adora el éxito, cuanto más grande, mejor; cuanto más grande es el auditorio, más grande se considera que es el orador; los colosales superedificios, los automóviles, los aviones y la gente. Se ha perdido la sencillez. Las personas exitosas no son las que están construyendo un mundo nuevo. Para ser un verdadero revolucionario se requiere un cambio completo de corazón y de mente, ¡y qué pocos son los que quieren liberarse! Cortamos las raíces superficiales; pero cortar las raíces profundas que alimentan la mediocridad, el éxito, requiere algo más que palabras, métodos, compulsiones. Parece haber muy pocos, pero ellos son los verdaderos constructores -el resto se esfuerza en vano­.

Uno se está comparando perpetuamente a sí mismo con otro, con lo que uno es, con lo que debería ser, con alguien que es más afortunado. Esta comparación mata realmente, es degradante, pervierte la propia perspectiva de la vida. Y a uno lo han educado en la comparación. Toda nuestra educación se basa en eso, y del mismo modo nuestra cultura. En consecuencia, hay una perpetua lucha por ser otra cosa que lo que uno es. La comprensión de lo que uno es, descubre la creatividad, pero la comparación genera competencia, crueldad, ambición, lo cual pensamos que produce progreso. El progreso sólo ha conducido hasta ahora a más guerras despiadadas y desdichas de las que el mundo haya conocido jamás. La verdadera educación consiste en educar a los hijos sin comparación alguna.

Parece extraño estar escribiendo, parece tan innecesario. Lo que importa está aquí y usted está allá. Con las cosas reales es siempre así, es tan innecesario escribir sobre ellas o hablar de ellas; y en el mismo acto de escribir o hablar, sucede algo que las corrompe, que las estropea. ¡Hay tantas cosas que se dicen aparte de la cosa real! Este impulso de realizarse que arde en tanta gente, en pequeña medida y en gran medida… Este impulso puede satisfacerse de un modo u otro, y con la satisfacción, las cosas más profundas se desvanecen. Eso es lo que ocurre en la mayoría de los casos, ¿no es así? La satisfacción del deseo es un asunto muy insignificante, por placentero que pueda ser. Pero con la satisfacción del deseo, como éste continúa satisfaciéndose a sí mismo, sobrevienen la rutina, el aburrimiento, y la cosa real desaparece. Es esta cosa real la que tiene que perdurar, y la maravilla de eso es que lo hace así si uno no piensa en satisfacerse, sino que ve las cosas exactamente como son.



Muy raramente estamos solos; siempre con la gente, con pensamientos que se agolpan en nosotros, con esperanzas que no han sido satisfechas o que van a serlo, con recuerdos. Es esencial que el hombre esté solo para no ser influido, para que ocurra en él algo incontaminado. Para esta soledad creativa parece no haber tiempo, hay demasiadas cosas por hacer, demasiadas responsabilidades, etc. Se vuelve una necesidad aprender a estar quieto, a encerrarse uno en su habitación, a dar un descanso a la mente. El amor es parte de esta soledad. Ser sencillos, claros, estar internamente quietos, es tener esa llama.

Puede que las cosas no sean fáciles, pero cuanto más le pide uno a la vida, más temible y dolorosa se vuelve ésta. Vivir sencillamente, libre de influencias, aunque todo y todos estén tratando de influir sobre uno, vivir libre de los cambiantes estados de ánimo y de las exigencias en constante variación, no es fácil, pero sin una vida profundamente quieta en lo interno, todas las cosas son vanas e inútiles.

¡Qué claro es el cielo azul, qué vasto, intemporal y sin espacio! La distancia, el espacio es una cosa de la mente; el aquí y el allá son hechos, pero se convierten en factores psicológicos con el impulso del deseo. La mente es un fenómeno extraño. Tan compleja y, no obstante, tan simple en esencia. Se vuelve compleja por las múltiples compulsiones psicológicas. Esto es lo que ocasiona conflicto y dolor: la resistencia y las adquisiciones. Es arduo estar atento y dejarlas pasar de largo sin quedar enredado en ellas. La vida es un río inmenso que fluye. La mente atrapa en su red las cosas de este río, descartando y reteniendo. No tiene que haber red. La red es del tiempo y del espacio; la red es la que crea el aquí y el allá; la dicha y la desdicha.

El orgullo es una cosa extraña; orgullo en las cosas pequeñas y en las grandes cosas; orgullo en nuestras posesiones, en nuestros logros, en nuestras virtudes; orgullo de la raza, del nombre y de la familia; orgullo en la capacidad, en la apariencia, en los conocimientos. Hacemos que todas estas cosas alimenten el orgullo, o escapamos hacia la humildad. Esta no es el opuesto del orgullo -sigue siendo orgullo, sólo que lo llamamos humildad; la conciencia de ser humilde es una forma de orgullo­. La mente tiene que ser ‘algo’, lucha por ser esto o aquello, nunca puede hallarse en un estado de ser nada. Si la nada es una nueva experiencia, entonces la mente debe tener esa experiencia -el intento mismo de hallarse silenciosa es otra adquisición más­. La mente tiene que ir más allá de todo esfuerzo. Sólo entonces…

Nuestros días están tan vacíos que se llenan con actividades de toda clase: negocios, especulación, meditación, pena y alegría. Pero a pesar de todo esto, nuestras vidas están vacías. Despójese a un hombre de la posición, del poder o del dinero, y ¿qué es él? Externamente, tenía toda esa ostentación, pero internamente es superficial, está vacío. Uno no puede tener ambas riquezas, la interna y las otras. La plenitud interna importa mucho más que lo externo. Uno puede ser defraudado por lo externo, los acontecimientos externos pueden destrozar lo que hemos construido cuidadosamente; pero las riquezas internas son incorruptibles, nada puede afectarlas, porque no han sido producidas por la mente.

El deseo de realizarse es muy fuerte en la gente, que lo persigue a cualquier costo. Esta realización personal, en todas las formas y en cualquier dirección, es lo que nos sostiene a la inmensa mayoría de nosotros; si fracasamos en una dirección, tratamos de realizarnos en otra. Pero, ¿existe una cosa como la realización? El realizarse puede traer consigo cierta satisfacción, pero ésta se desvanece pronto y otra vez estamos a la caza de algo nuevo. En la comprensión del deseo llega a su fin todo el problema de la realización. El deseo implica esfuerzo por ser, por devenir, y con la terminación del devenir desaparece la lucha por realizarse.

En las montañas uno tiene que estar solo. Debe ser encantador tener lluvia en medio de las montañas y ver caer las gotas en el plácido lago. Sentir como brota el olor de la tierra cuando llueve, y después escuchar el croar de las numerosas ranas. Hay un extraño encantamiento en los trópicos cuando llueve. Todo queda bañado y limpio; la lluvia lava el polvo sobre la hoja; los ríos reviven y se oye el ruido de los torrentes. Los árboles lanzan brotes verdes, donde había tierra desnuda surge la nueva hierba silvestre. Miles de insectos salen de ninguna parte y el suelo reseco se alimenta y la tierra se ve satisfecha y en paz. El sol parece haber perdido su cualidad penetrante y la tierra se ha vuelto verde, un lugar de belleza y abundancia. El hombre sigue labrando su propia desdicha, pero la tierra es rica una vez más y hay encantamiento en el aire.

Es extraño cómo casi todos desean reconocimiento y alabanza -ser reconocidos como un gran poeta, como un filósofo­, algo que incremente el propio ego. Eso produce una gran satisfacción, pero significa muy poco. El reconocimiento nutre la propia vanidad y tal vez el propio bolsillo. Y después, ¿qué? Eso lo pone a uno aparte de los demás, y la separación engendra sus propios problemas en aumento permanente. Aunque pueda darnos satisfacción, el reconocimiento no es un fin en sí mismo. Pero casi todos están atrapados en el anhelo de ser reconocidos, de realizarse, de lograr esto o aquello. Y entonces es inevitable el fracaso con la desdicha que lo acompaña. Lo que verdaderamente importa es estar libres tanto del éxito como del fracaso. Desde el principio mismo no buscar un resultado, hacer lo que uno ama; y el amor no tiene recompensa ni castigo. Si hay amor, esto es realmente muy sencillo.

Qué poca atención prestamos a las cosas que nos rodean, qué poco las observamos y consideramos. Estamos tan concentrados en nosotros mismos, tan ocupados con nuestras ansiedades, con nuestros propios beneficios, que no tenemos tiempo para observar y comprender. Esta ocupación hace que nuestra mente se embote y se fatigue, que se llene de frustración y dolor. Y entonces queremos escapar del dolor. En tanto esté activo el yo, tiene que haber fatiga, torpeza y frustración. La gente está atrapada en una carrera loca, en la desdicha del dolor egocéntrico. Este dolor es profunda irreflexión. Los que son reflexivos, los que se hallan despiertos y alertas, están libres de este dolor.

Qué bello es un río. Un país que no tiene un río rico, amplio, ondulante, no es un país en absoluto. Sentarse en la orilla de un río y dejar que las aguas fluyan al lado de uno, observar las suaves ondas y escuchar cómo bañan las márgenes; ver a las golondrinas cuando tocan la superficie y atrapan insectos; y en la distancia, al otro lado del río, en la orilla opuesta, escuchar voces humanas o a un muchacho que toca la flauta en un tranquilo atardecer, acalla todo el ruido que a uno lo rodea. De algún modo, las aguas parecen purificarlo a uno, limpian el polvo de los recuerdos de ayer, y dan a la mente esa cualidad que es su propia pureza, tal como el agua es, en sí misma, pura. Un río lo recibe todo -las alcantarillas, los cadáveres, la suciedad de las ciudades por las que pasa­ y no obstante se limpia a sí mismo de todo eso a las pocas millas. Lo recibe todo y permanece siendo él mismo, sin preocuparse de distinguir lo puro de lo impuro. Son sólo las charcas, las pozas pequeñas las que se contaminan pronto, porque no están vivas, porque no fluyen como los amplios, dulcemente aromáticos ríos ondulantes. Nuestras mentes son pequeñas charcas que pronto pierden su pureza. Es esa pequeña charca llamada mente, la que juzga, sopesa, analiza ­y con todo, permanece siendo la pequeña poza de irresponsabilidad que es­.

El pensamiento tiene una raíz o raíces, el pensamiento mismo es la raíz. La reacción debe existir, o de lo contrario hay muerte; pero el problema consiste en ver que esta reacción no extienda su raíz dentro del presente o del futuro. El pensamiento está obligado a surgir, pero es esencial advertirlo y terminar con él inmediatamente. Pensar sobre el pensamiento, examinarlo, jugar en torno a él, es extenderlo, arraigarlo. Es realmente importante comprender esto. Ver cómo la mente piensa acerca del pensamiento, es reaccionar al hecho. La reacción es tristeza, etc. Comenzar a sentirse triste, pensar en el regreso futuro, contar los días, etc., es dar raíces al pensamiento acerca del hecho. Así la mente echa raíces, y después el arrancarlas se vuelve otro problema más, otra idea. Pensar en el futuro es echar raíces en el suelo de la incertidumbre.

Estar realmente solos, no con los recuerdos y los problemas de ayer sino solos y dichosos, estar solos sin ninguna compulsión externa ni interna, es permitir que la mente permanezca sin interferencia alguna. Estar solos. Tener la cualidad del amor hacia un árbol, estar a solas con él, protegerlo. Estamos perdiendo el sentimiento por los árboles, y así estamos perdiendo el amor por el hombre. Cuando no podemos amar la naturaleza, no podemos amar al hombre. Nuestros dioses se han vuelto muy pequeños y mezquinos, y así es nuestro amor. Nuestra existencia es mediocre, pero están los árboles, los cielos abiertos y las inextinguibles riquezas de la tierra.

Usted tiene que tener una mente clara, una mente libre que no esté atada a cosa alguna, esto es esencial; y uno no puede tener una mente clara, penetrante, si hay temor de alguna clase. El miedo traba la mente. Si la mente no se enfrenta a los problemas que ella misma ha creado, no es una mente clara, profunda. Afrontar las propias peculiaridades, darnos cuenta de nuestros impulsos internos, reconocer todo esto sin ninguna resistencia, es tener una mente profunda y clara. Sólo entonces puede haber una mente sutil, no sólo aguda. Una mente sutil no se apresura; vacila. No es una mente que saca conclusiones, que emite juicios o formulaciones. Esta sutileza es fundamental. La mente tiene que saber escuchar y esperar, moverse con lo profundo. Esto no es para lograrse al final, sino que esta cualidad de la mente tiene que estar ahí desde el principio mismo. Usted puede tenerla, concédale una plena y profunda oportunidad de florecer.

Penetrar en lo desconocido, no dar nada por sentado, no suponer nada, estar libres para descubrir; sólo entonces puede haber hondura y, comprensión. De lo contrario, uno permanece en la superficie. Lo que importa no es comprobar o refutar un punto, sino descubrir la verdad.

La verdad del cambio se comprende cuando sólo existe ‘lo que es’. ‘Lo que es’ no es diferente del pensador. El pensador es ‘lo que es’, no está separado de ‘lo que es’.

No es posible hallarse en paz si hay cualquier clase de deseo, cualquier esperanza de algún estado futuro. El sufrimiento es lo que sigue al deseo, y la vida está generalmente llena de deseos; incluso alimentar un solo deseo lleva a incesante desdicha. Porque el liberarse de ese único deseo, aun el saber que ese deseo requiere atención, es para la mente un asunto bastante serio. Cuando lo descubra no deje que se convierta en un problema. Prolongar el problema es permitirle que eche raíces. No deje que arraigue. El único deseo es el único dolor. Oscurece la vida; hay frustración y angustia. Sólo esté atenta al deseo y sea sencilla al respecto.

A través de esta finca pasa un arroyo. No es un agua tranquila que corre apaciblemente hacia el gran río, sino un torrente animado y ruidoso. Toda esta región que nos rodea aquí es cerril, el torrente tiene más de una cascada y en un lugar hay tres cascadas a diferentes profundidades. La más elevada es la que hace el ruido, es la más audible, las otras dos no se aprecian pero se escuchan en un tono menor. Estas tres cascadas están distintamente espaciadas, de modo que el movimiento del sonido es constante. Uno tiene que prestar atención para escuchar la música. Es una orquesta tocando en medio de las huertas, bajo los cielos abiertos. La música está ahí. Uno tiene que descubrirla, tiene que prestar atención, tiene que acompañar el fluir de las aguas para escuchar su música. Uno tiene que ser lo total a fin de escucharla -los cielos, la tierra, los altísimos árboles, los verdes campos y las rápidas aguas­. Sólo entonces la escuchará. Pero todo esto es demasiada molestia; uno va, compra un boleto y se sienta en una sala rodeado por la gente, y la orquesta toca y alguien canta. Ellos hacen todo el trabajo por uno; alguien compone la canción, la música, otro toca o canta, y u no paga por escuchar. Todo en la vida, excepto para unas pocas cosas, es de segunda, tercera o cuarta mano -los dioses, los poemas, la política, la música. Y así nuestra vida está vacía­. Estando vacía tratamos de llenarla -con la música, con los dioses, con el amor, con formas de escape, y el mismo llenar la vida es el vaciarla­. Pero la belleza no es para comprarse. Pocos son, pues, los que anhelan belleza y bondad, y el hombre se satisface con cosas de segunda mano. Desechar todo eso es la única y verdadera revolución; sólo entonces surge lo creativo de la realidad.

Es extraño cómo el hombre insiste en la continuidad de todas las cosas; en las relaciones, en la tradición, en la religión, en el arte. No hay un desprenderse de todo y empezar otra vez de nuevo. Si el hombre no tuviera un libro, ni un líder, ni a alguien a quien copiar o seguir como ejemplo, si estuviera completamente solo, despojado de todo su conocimiento, tendría que comenzar desde el principio. Por supuesto, este completo despojarse uno mismo de todo, tiene que ser absoluta y plenamente espontáneo y voluntario; de otro modo puede uno enloquecer o forzarse hacia algún tipo de neurosis. Como solamente muy pocos parecen ser capaces de afrontar esta completa soledad, el mundo continúa con la tradición -en su arte, en su música, su política, sus dioses­ lo cual engendra perpetua desdicha. Esto es lo que realmente ocurre en el mundo. No hay nada nuevo, sólo oposición y contra oposición -en la religión continúa la vieja fórmula del dogma y el temor­; en las artes está el esfuerzo por encontrar algo nuevo. Pero la mente no es nueva, es la misma mente vieja agobiada por la tradición, el miedo, el conocimiento y la experiencia, esforzándose en pos de lo nuevo. Es la mente misma la que debe desnudarse totalmente para que lo nuevo sea. Esta es la verdadera revolución.

El viento está soplando desde el sur, hay nubes oscuras y lluvia, todo sigue adelante, extendiéndose y renovándose sin cesar.

El granjero que vive cerca de aquí tenía un hermoso conejo, vivaz y saltarín. Su esposa se lo trajo, y una de las mujeres dijo: “No puedo mirar”, y el hombre lo mató y unos minutos después eso que estaba vivo, con una luz en sus ojos, era despellejado por las mujeres. Aquí, como en otras partes del mundo; están acostumbrados a matar animales, la religión no les prohíbe hacerlo. En la India, donde por siglos a los niños se les enseña -al menos en el sur, entre los brahmines­ a no matar, lo cruel que es matar, hay muchos niños que, cuando crecen, están obligados por las circunstancias a cambiar su cultura de la mañana a la noche; comen carne, se convierten en oficiales de las fuerzas armadas para matar y ser muertos. De la mañana a la noche cambian sus valores. Un patrón particular de cultura con siglos de existencia se destruye, y uno nuevo ocupa su lugar. El deseo de estar seguros, en una forma u otra, es tan dominante que la mente se ajustará a cualquier patrón que pueda darle certidumbre y seguridad. Pero la seguridad no existe; y cuando uno realmente comprende esto, hay algo por completo diferente que crea su propio estilo de vida. Esa vida no puede comprenderse ni copiarse; todo lo que uno puede hacer es comprender, advertir claramente los hábitos de seguridad, lo cual trae consigo su propia libertad.

La tierra es hermosa, y cuanto más sensible y perceptivo es uno a ella, más hermosa es. El color, las variedades de verdes, los amarillos. Es asombroso lo que uno descubre cuando está a solas con la tierra. No sólo los insectos, los pájaros, la hierba, las variedades de flores, las rocas, los colores y los árboles, sino los pensamientos, si es que uno los ama. Jamás estamos a solas con nada. Ni con nosotros mismos ni con la tierra. Es fácil estar a solas con un deseo; no resistirlo mediante un acto de la voluntad, no dejarle que escape a través de alguna acción, no permitir que se satisfaga, no crear su opuesto por la justificación o la condena, sino estar a solas con él. Esto genera un estado muy extraño sin acción alguna de la voluntad. Es esta voluntad la que crea resistencia y conflicto. Estar a solas con un deseo, produce una transformación en el deseo mismo. Juegue con esto y descubra lo que ocurre; no fuerce nada, sólo considérelo tranquilamente.

¿La educación? ¿Qué entendemos por educación? Aprendemos a leer y escribir, adquirimos una técnica necesaria para ganarnos la vida, y después se nos lanza al mundo. Desde la infancia nos dicen qué debemos hacer, qué debemos pensar; y en lo interno estamos profundamente condicionados por lo social y por la influencia del ambiente.

Estuve pensando si podemos educar al hombre en lo externo pero dejando el centro libre. ¿Podemos ayudar al hombre a liberarse internamente y estar siempre libre? Porque es sólo en libertad que puede ser creativo y, por tanto, feliz. De lo contrario, la vida se convierte en un asunto muy tortuoso, una batalla interna y, por consiguiente, externa. Pero estar libres internamente requiere una atención y una sabiduría asombrosas; y pocos son los que ven la importancia de esto. Nos interesamos en lo externo, no en la creatividad. Pero para cambiar todo esto, tiene que haber al menos unos pocos que comprendan la necesidad de este cambio, que estén dando origen a esta libertad dentro de sí mismos. Es éste un mundo muy extraño.

Lo que importa es un cambio radical en el nivel inconsciente. Ninguna acción consciente de la voluntad puede afectar el inconsciente. Como lo consciente no puede afectar las búsquedas, los deseos y los instintos inconscientes, la mente consciente tiene que serenarse, aquietarse, y no tratar de forzar al inconsciente para que se amolde a algún patrón particular de acción. El inconsciente tiene su propio patrón de acción, su propia estructura dentro de la cual funciona. Esta estructura no puede ser rota por ninguna acción externa, y la voluntad es un acto externo. Si esto se ve y se comprende de verdad, la mente externa se aquieta; y a causa de que no hay una resistencia establecida por la voluntad, uno descubrirá que el denominado inconsciente comienza a liberarse a sí mismo de sus propias limitaciones. Sólo entonces hay una transformación radical de todo el ser del hombre.

La dignidad es una cosa muy rara. Un cargo o una posición de respeto, otorgan dignidad. Es como ponerse encima un abrigo. El abrigo, el traje, el puesto, dan dignidad. Un título o una posición dan dignidad. Pero desnúdese al hombre de estas cosas, y muy pocos tienen esa condición de dignidad que surge cuando uno está internamente libre, cuando en lo interno es como la nada. Ser algo o alguien es lo que el hombre anhela, y ese algo le da una posición respetable en la sociedad. Pone al hombre en alguna clase de categoría -inteligente, rico, un santo, un físico­; pero si él no puede ser puesto en una categoría que la sociedad reconoce, es una persona excéntrica. La dignidad no puede asumirse ni cultivarse, y estar consciente de la propia dignidad es estar consciente del propio yo, que es tan pequeño y mezquino. Ser verdaderamente nada, es estar libre de esa idea misma. Esa es la verdadera dignidad, no el pertenecer a un estado o a una condición particular. Esta dignidad no nos la pueden quitar, está siempre ahí.

El verdadero estado de percepción alerta consiste en permitir que la vida fluya libremente, sin que quede ningún residuo. La mente humana es como un tamiz que retiene algunas cosas y deja pasar otras. Lo que retiene, es la medida de sus propios deseos; y los deseos, por profundos, vastos o nobles que sean, son pequeños, son mezquinos, porque el deseo es cosa de la mente. La completa atención implica no retener cosa alguna, sino poseer la libertad de la vida, que fluye sin restricción ni preferencia alguna. Siempre estamos reteniendo o eligiendo las cosas que significan algo para nosotros, y aferrándonos perpetuamente a ellas. A esto lo llamamos experiencia, y a la multiplicación de experiencias la llamamos riqueza de la vida. La riqueza de la vida es estar libre de la acumulación de experiencias. La experiencia que queda, que uno retiene, impide ese estado en que no existe lo conocido. Lo conocido no es el tesoro, pero la mente se aferra a eso, con lo cual destruye o profana lo desconocido.

La vida es una cosa extraña. Afortunado el hombre que nada es.

Somos, al menos lo es la mayoría de nosotros, criaturas que nos caracterizamos por nuestros estados de ánimo y por la manera en que estos varían. Pocos escapamos de ello. En algunos, la causa es la condición corporal, en otros un estado mental. Nos gusta este estado cambiante, pensamos que este movimiento del ánimo forma parte de la existencia. O uno simplemente flota a la deriva, de un estado de ánimo a otro. Pero hay unos pocos que no están presos en este movimiento, que se hallan libres de la batalla del devenir, de modo tal que internamente existe una firmeza que no es producto de la voluntad, una estabilidad que no es cultivada, que no es la estabilidad del interés concentrado ni es producto de ninguna de estas actividades. Llega a uno únicamente cuando cesa la acción de la voluntad egocéntrica.



El dinero estropea a la gente. El rico posee una peculiar arrogancia. Con muy pocas excepciones, en todos los países, los ricos tienen esa atmósfera peculiar de poder doblegarlo todo a su antojo, incluso a los dioses ­y ellos pueden comprar sus dioses­. La capacidad le confiere al hombre una extraña sensación de libertad. También siente que está por encima de otros, que es diferente; todo esto le da un sentimiento de superioridad, se sienta cómodamente y observa cómo otros se retuercen; olvida su propia ignorancia, la oscuridad de su propia mente. El dinero y la capacidad ofrecen un escape muy bueno de esta oscuridad. Después de todo, el escape es una forma de resistencia, la cual engendra sus propios problemas. La vida es una cosa extraña. Afortunado el hombre que nada es.

Enfréntese a las cosas con facilidad, pero internamente hágalo en un estado de plenitud y alerta. No deje que se escape un instante sin haber estado totalmente atenta a lo que ocurre dentro y alrededor de usted. Esto es lo que implica ser sensible, no a una cosa o dos, sino ser sensible a todo. Ser sensible a la belleza y resistir la fealdad, es engendrar conflicto. ¿Sabe? cuando uno observa percibe que la mente está siempre juzgando -esto es bueno y aquello es malo, esto es blanco y eso es negro­ juzgando a la gente, comparando sopesando, calculando. La mente está perpetuamente inquieta. ¿Puede la mente vigilar, observar sin juzgar, sin calcular? Percibir las cosas sin nombrarlas; sólo vea si la mente puede hacerlo.

Juegue con esto. No lo fuerce, deje que la mente se observe a sí misma. Casi todos los que intentan ser sencillos empiezan con lo externo, descartando, renunciando, etcétera; pero en lo interno siguen siendo complejos. Con la sencillez interna, lo exterior se corresponde con lo interno. Ser sencillo internamente es estar libre del apremio por el ‘más’, es no pensar en términos de tiempo, de progreso, de éxito. Ser sencilla implica para la mente librarse de todos los resultados, vaciarse de todo conflicto. Esta es la verdadera sencillez.

¿Puede la mente dejar de batallar entre lo bello y lo feo, dejar de aferrarse a lo uno y desechar lo otro? Este conflicto la vuelve insensible y exclusiva. Cualquier intento por parte de la mente para encontrar una línea indefinida entre lo bello y lo feo, sigue siendo parte de lo uno o de lo otro. El pensamiento no puede, haga lo que haga, librarse de los opuestos; es el pensamiento mismo el que ha creado lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo. No puede, por tanto, librarse de sus propias actividades. Todo cuanto puede hacer es quedarse quieto, no optar. La opción es conflicto y la mente se halla de vuelta metida en sus propios enredos. Cuando la mente está quieta, se ha liberado de la dualidad.

Hay enorme descontento, y pensamos que una ideología -el comunismo u otra­ va a resolverlo todo, que incluso desterrará el descontento, cosa que jamás puede hacer. El comunismo o cualquier otro condicionamiento, como el de la religión organizada, jamás podrán terminar con el descontento; pero tratamos en todas las formas posibles de sofocarlo, de moldearlo, de contentarlo, sin embargo, está siempre ahí. Pensamos que está mal sentirnos descontentos, que no es normalmente correcto, y, sin embargo, no podemos deshacernos del descontento. Este tiene que ser comprendido. Comprender no es condenar. De modo que investíguelo realmente, obsérvelo sin deseo alguno de cambiarlo. Esté alerta al descontento mientras éste opera durante el día, perciba sus modalidades y esté a solas con él.

La libertad llega cuando la mente está sola. Nada más que por el gusto de hacerlo, mantenga la mente quieta, libre de todo pensamiento. Juegue con ello, no lo convierta en un asunto muy grave; esté atenta sin ningún esfuerzo, deje que la mente se aquiete.

La frustración existe en tanto uno esté buscando la realización personal. El placer de realizarse es un deseo constante, y nosotros queremos la continuidad del placer. La terminación de ese placer es frustración, y en ello hay dolor. Entonces la mente busca otra vez la realización en distintas direcciones, y otra vez se encuentra con la frustración. Esta frustración es el movimiento de la conciencia egocéntrica, que es aislamiento, separación, sentimiento doloroso de soledad. La mente quiere escapar de todo esto otra vez hacia alguna forma de realización. La lucha por realizarse engendra el conflicto de la dualidad. Cuando la mente ve la verdad de lo inútil que es la realización personal, cuando ve que en ella hay siempre frustración, sólo entonces puede permanecer en ese estado de soledad del cual no hay modo de escapar. Cuando la mente se halla en este estado de soledad, sin ningún escape, sólo entonces se libera de la frustración. La separación existe a causa del deseo de realizarse; la frustración es separación.

Ahora no debe haber ningún tipo de choques emocionales, ni siquiera los más fugaces. Estas reacciones psicológicas afectan el cuerpo con sus efectos adversos. Sea íntegra; no ‘trate’ de serlo, sea íntegra. No dependa de nadie ni de nada, no dependa de ninguna experiencia, de ningún recuerdo; la dependencia del pasado, por agradable que éste haya sido, sólo impide la integridad en el presente. Esté atenta, y deje que esa atención se mantenga intacta, constante, aunque sea por un minuto.

El dormir es esencial; durante el sueño parece que uno alcanza profundidades desconocidas, profundidades que la mente consciente jamás puede tocar ni experimentar. Aunque no se pueda recordar la experiencia extraordinaria de un mundo que está más allá de lo consciente y lo inconsciente, ello tiene su efecto sobre la conciencia total de la psique. Es probable que esto no esté muy claro, pero sólo léalo y juegue con ello. Yo siento que hay ciertas cosas que nunca pueden expresarse claramente. No hay palabras adecuadas para ellas, y sin embargo esas cosas están ahí.

Especialmente para usted, es importante tener un cuerpo que no esté sometido a ninguna enfermedad. Voluntariamente y con facilidad, debe desechar todas esas remembranzas e imágenes placenteras, de modo que su mente esté libre e incontaminada para lo real. Hágalo, por favor, preste atención a lo escrito aquí. Todas las experiencias, todos los pensamientos deben terminar cada día, cada minuto, a medida que surgen, de modo que la mente no extienda raíces hacia el futuro. Esto es realmente importante, porque ésta es la verdadera libertad. De esta manera no hay dependencia, porque la dependencia es causa de dolor, afecta lo físico y engendra resistencia psicológica. Y, como usted dijo, la resistencia crea problemas -realizarse, llegar a ser perfecto, etcétera­. La búsqueda implica lucha, empeño, esfuerzo; este esfuerzo, esta lucha, terminan invariablemente en la frustración -deseo algo o deseo ser algo­ y en el proceso mismo de obtener el éxito está la apetencia por el más; y como el más nunca está a la vista, siempre existe un sentimiento de frustración. Por lo tanto, hay dolor. Y entonces uno se vuelve nuevamente hacia otra forma de realización personal con sus consecuencias inevitables. Las implicaciones de la lucha, del esfuerzo, son enormes. ¿Por qué busca uno? ¿Por qué la mente está buscando sin cesar, y qué es lo que la hace buscar? ¿Sabe usted, se da cuenta de lo que está buscando? Si es así advertirá que el objeto de su búsqueda varía de un período a otro. ¿Alcanza a ver el significado de la búsqueda, con sus frustraciones y su dolor? ¿Se da cuenta de que cuando encuentra algo que es muy gratificante, hay estancamiento con sus alegrías y sus temores, con su progreso y su devenir? Si usted advierte que está buscando, ¿es posible que la mente deje de buscar? Y si la mente no busca, ¿cuál es la respuesta inmediata, real de una mente que no busca?

Juegue con esto, descubra; no fuerce nada, no deje que la mente se restrinja a alguna experiencia particular, porque entonces la mente engendrará su propia ilusión.

He visto a una persona que se está muriendo. ¡Qué atemorizados estamos ante la muerte! Lo que en realidad nos atemoriza es el vivir, no sabemos cómo vivir; conocemos el dolor, y la muerte es para nosotros sólo el dolor final, Dividimos la vida como el vivir y el morir. Así tiene que existir el desconsuelo de la muerte, con su separación, su dolorosa soledad, su aislamiento. La vida y la muerte son un solo movimiento, no son estados aislados. Vivir es morir, morir para todas las cosas, renacer cada día. Esta no es una afirmación teórica, sino algo que debe vivirse y experimentarse. Es la voluntad egocéntrica, este constante deseo de ser esto o aquello, la que destruye el puro ‘ser’. Este ‘ser’ es por completo diferente del sopor de la satisfacción, de la realización personal o de las conclusiones de la razón. Este ‘ser’ es ajeno al ‘sí mismo’. Una droga, un interés, una absorción en algo, una completa ‘identificación’, pueden producir un estado que se desea, el cual sigue siendo conciencia de uno mismo. El verdadero ser es la terminación del deseo-voluntad. Juegue con estos pensamientos y experimente alegremente con ellos.

Es una temprana madrugada sin nubes; el cielo es muy puro, suave y azul. Todas las nubes parecen haber desaparecido, pero pueden presentarse otra vez durante el día. Después de este frío, del viento y la lluvia, de nuevo estallará la primavera. Esta ha estado prosiguiendo suavemente a pesar de los fuertes vientos, pero ahora cada hoja, cada retoño, se regocijarán. ¡Qué cosa tan bella es la tierra! ¡Qué hermoso es todo lo que brota de ella -las rocas, los torrentes, los árboles, la hierba, las flores, las infinitas cosas que produce­! Sólo el hombre genera aflicción, sólo él destruye su propia especie; sólo él explota a su prójimo, tiraniza y mata. Es el más desdichado y sufriente, el más inventivo, y el conquistador del tiempo y del espacio. Pero con todas sus capacidades, a pesar de sus hermosos templos e iglesias, de sus mezquitas y catedrales, vive sumido en su propia oscuridad. Sus dioses son sus propios miedos, y sus amores sus propios odios. ¡Qué mundo maravilloso podríamos hacer de éste, sin nuestras guerras, sin nuestros miedos! Pero de qué sirve la especulación, no sirve de nada.

Lo real es el descontento del hombre, el inevitable descontento. Es una cosa preciosa, una joya de gran valor. Pero uno le tiene miedo, lo disipa, lo utiliza o permite que se lo utilice para producir ciertos resultados. El hombre le teme al descontento, pero éste es una joya preciosa que él no valora. Viva con el descontento, obsérvelo día tras día sin interferir con sus movimientos; entonces es como una llama que quema todas las impurezas, dejando aquello que no tiene morada ni medida. Lea muy atentamente todo esto.

El hombre rico tiene más que suficiente, y el pobre pasa hambre y durante toda su vida no hace otra cosa que buscar comida, esforzarse y trabajar. Uno que nada posee, hace de su vida o permite que la vida haga de sí misma algo precioso, creativo; y otro, que posee todas las cosas de este mundo, disipa la vida y la marchita. Démosle a un hombre un pedazo de tierra y la hará bella y productiva; otro la descuidará y dejará que muera, tal como él mismo está muriendo. Tenemos capacidades infinitas en todos los sentidos para descubrir lo innominado o para producir el infierno en la tierra. Pero por alguna razón, el hombre prefiere engendrar odio y antagonismo. ¡Es tanto más fácil odiar, ser envidioso! y como la sociedad se basa en la exigencia del ‘más’, los seres humanos se deslizan en todas las formas de adquisitividad y así hay una perpetua lucha, que justificamos y consideramos noble.

La riqueza ilimitada está en una vida sin lucha, sin el ejercicio de la voluntad egocéntrica, sin opciones. Pero esa vida es difícil e imposible cuando toda nuestra cultura es el resultado de la lucha y del ejercicio de la voluntad personal. Sin la acción de esta voluntad, para casi todos los que viven hay muerte. Sin alguna clase de ambición, la vida no tiene sentido casi para nadie.

Existe una vida sin el ejercicio de la voluntad egocéntrica, sin las opciones. Esta vida surge cuando la vida de la voluntad egocéntrica llega a su fin. Espero que no le moleste leer todo esto; si no le molesta, entonces léalo y escúchelo con agrado.



El sol está tratando de irrumpir entre las nubes, y probablemente logrará hacerlo durante el día. Un día es primavera y al día siguiente es casi invierno. El tiempo representa los cambiantes estados de ánimo del hombre, hacia arriba y hacia abajo, oscuridad y luz temporaria. ¿Sabe?, es extraño cómo deseamos libertad y lo hacemos todo para esclavizarnos. Perdemos toda nuestra iniciativa. Acudimos a otros para que nos guíen, nos ayuden a ser generosos, pacíficos; acudimos a los gurús, a los maestros, a los salvadores, a los meditadores. Alguno escribe la gran música, otro la toca, la interpreta a su propio modo, y nosotros la escuchamos, gozándola o criticándola. Somos el público que observa a los actores, a los jugadores de fútbol, o que mira la pantalla del cine. Otros escriben los poemas y nosotros los leemos; otros pintan y nosotros nos embobamos con sus pinturas. No tenemos nada, y entonces nos volvemos hacia otros para que nos entretengan, nos inspiren, nos guíen o nos salven. Más y más la civilización moderna nos está destruyendo, nos vacía de toda creatividad. Nosotros mismos estamos internamente vacíos y acudimos a otros para que nos enriquezcan; y de este modo, nuestro semejante saca ventaja de esto para explotarnos, o nosotros nos aprovechamos de él.

Cuando uno se da cuenta de las múltiples implicaciones que envuelve el acudir a otros, esa libertad misma es el principio de la creatividad. Esa libertad es la verdadera revolución, y no la falsa revolución de los arreglos sociales o económicos, la cual es otra forma de esclavitud.

Nuestras mentes fabrican pequeños castillos de seguridad. Queremos estar seguros de todo, seguros de nuestras relaciones, de nuestras realizaciones, de nuestra esperanza y de nuestro futuro. Nos construimos estas prisiones internas, y ¡pobre del que nos perturbe! Es extraño cómo la mente está buscando siempre una zona en la que no haya ningún conflicto ni perturbación alguna. Nuestro vivir es la constante destrucción y reconstrucción, en diferentes formas, de estas zonas de seguridad. De este modo nuestra mente se embota y se desgasta. La libertad consiste en no tener seguridad de ninguna clase.

Es realmente asombroso poseer una mente silenciosa y muy serena, en la que no haya ni una onda de pensamiento. Desde luego, la quietud de una mente muerta no es una mente en calma. La mente suele aquietarse por la acción de la voluntad. Pero, ¿puede alguna vez permanecer profundamente silenciosa en la totalidad de su estructura? Es realmente maravilloso lo que ocurre cuando la mente se encuentra de este modo silenciosa. En ese estado cesa toda conciencia como conocimiento y reconocimiento. La búsqueda instintiva de la mente, la memoria, ha llegado a su fin. y es muy interesante observar cómo la mente hace todo lo posible para capturar ese estado inexpresable por medio del pensar, de la verbalización, del perfeccionamiento de los símbolos. Pero para que este proceso termine de manera natural y espontánea, es preciso morir para todas las cosas. Uno no desea morir, y así siempre se está desarrollando una lucha, y a esta lucha la llamamos vida. Es curioso cómo casi todos quieren impresionar a otros, con sus logros, con sus capacidades, con sus libros -por cualquier medio buscan afirmarse a sí mismos­.

¿Cómo está todo? ¿Son sus días más rápidos que la lanzadera de un telar? ¿Vive usted en un solo día un millar de años? Es curioso, pero para la mayoría de las personas el aburrimiento es una cosa muy real; tienen que estar haciendo algo, tienen que ocuparse en alguna cosa, una actividad, un libro, la cocina, los ‘Hijos de Dios’. De lo contrario, están consigo mismas, y eso es muy aburrido. Cuando están consigo mismas se vuelven egocéntricas, malhumoradas o se enferman, Una mente desocupada -no una mente nula en blanco, sino una mente en estado de alerta pasivo, una mente por completo vacía­ es una mente fresca capaz de posibilidades infinitas. Los pensamientos son fatigosos, carecen de creatividad y son más bien lerdos. Un pensamiento puede ser hábil, pero la habilidad es como un instrumento afilado -pronto se desgasta; y es por eso que las personas hábiles están embotadas­.

Deje que exista una mente vacía sin trabajar deliberadamente para ello. Deje que eso suceda, no lo cultive. Lea esto con atención y permítale que ocurra. Leer o escuchar acerca de la mente vacía es importante, y es fundamental cómo lee usted y cómo escucha.

Es importante tener la correcta clase de ejercicios, un buen dormir, y un día que sea significativo. Pero nosotros nos deslizamos fácilmente en una rutina, y entonces funcionamos en el cómodo patrón de la satisfacción personal, o en el patrón de una rectitud que nos imponemos a nosotros mismos. Todos estos patrones conducen inevitablemente a la muerte -un lento marchitarse de la vida­. Pero tener un día rico, en el cual no haya compulsión, ni miedo ni comparación ni conflicto, sino un estar sencillamente alerta, tener un día así es ser creativo.



Vea, hay raros momentos en que sentimos esto, pero la mayor parte de nuestra vida se compone de recuerdos corrosivos, de frustración, de esfuerzos inútiles, y lo verdadero pasa inadvertido junto a nosotros. La nube del embotamiento lo cubre todo, y lo verdadero se desvanece.

Es realmente muy arduo atravesar esta nube y emerger a la pura claridad de la luz. Sólo vea esto, y es todo. No ‘trate’ de ser sencilla. Este tratar de ser, solamente engendra complejidad y desdicha. El tratar de ser esto o aquello, es el devenir, y el devenir es siempre el deseo con sus frustraciones.

¡Qué importante es librarse de todo choque emocional, psicológico, lo cual no implica que uno haya de volverse insensible contra el movimiento de la vida! Son estos choques emocionales los que gradualmente erigen diversas resistencias psicológicas que también afectan al cuerpo, generando distintas formas de enfermedad. La vida es una serie de acontecimientos (deseados o no deseados); y en tanto seleccionemos, escojamos lo que debemos retener y lo que debemos descartar, tiene que haber inevitablemente conflicto (de dualidad), que es el choque emocional. Estos controles insensibilizan la mente, el corazón; es un proceso de encierro egocéntrico y, por tanto, hay sufrimiento. Permitir el movimiento de la vida sin que haya opción ni impulso particular alguno -deseable o no deseable­ que eche raíces, requiere una enorme percepción alerta. No es cuestión de tratar de estar alerta todo el tiempo, lo cual es muy fatigoso, sino comprender la necesidad de que haya una verdadera percepción alerta; entonces verá que la misma necesidad opera sin que usted se fuerce para estar alerta.

Uno puede viajar mucho, haber sido educado en las mejores escuelas de diferentes partes del mundo; puede tener los mejores alimentos, el mejor clima, la mejor instrucción; pero, ¿contribuye todo esto a la inteligencia? Uno conoce personas así; ¿son inteligentes? Los comunistas, y también otros, como los católicos, están tratando de controlar y moldear la mente. El propio moldear la mente tiene de hecho ciertos efectos obvios -más eficiencia, una cierta rapidez y perspicacia mental­ pero todas estas diferentes capacidades no generan inteligencia. Las personas muy eruditas, aquellas que tienen abundancia de información, de conocimientos, y las que tienen educación científica, ¿son inteligentes? ¿No cree usted que la inteligencia es algo por completo diferente? La inteligencia implica en realidad estar totalmente libres de miedo. Aquellos cuya moralidad se basa en la seguridad -seguridad en todas las formas­ no son morales, porque el deseo de seguridad es el resultado del miedo. El miedo con su coacción ­a la que llamamos moralidad­ de hecho no es moral en absoluto. Ser inteligente es estar por completo libre de miedo; y la inteligencia no es respetabilidad, ni lo son las diversas virtudes cultivadas a causa del miedo. En la comprensión del miedo hay algo que es por completo distinto de las formulaciones de la mente.

Es bueno experimentar con la identificación. ¿Cómo experimentamos con algo, con lo que fuere? De lo más simple a lo más complejo. Decimos, “esto es mío” -mis sandalias, mi casa, mi familia, mi trabajo y mi dios­. Con la identificación viene la lucha por retener. El retener aquello con lo que nos identificamos se convierte en un hábito. Cualquier perturbación que pudiera romper ese hábito, es dolor, y entonces luchamos para vencer ese dolor. Pero la identificación, el sentimiento de ‘lo mío’, pertenece a algo que continúa. Si uno experimenta realmente con esto, sólo estando alerta, sin ningún deseo de cambiarlo, sin opción alguna, descubre cosas muy sorprendentes dentro de sí mismo. La mente es el pasado, la tradición, los recuerdos que son el fundamento de la identificación. ¿Puede la mente, tal como la conocemos ahora, funcionar sin el proceso de la identificación? Descúbralo, juegue con ello; esté alerta a los movimientos de identificación con las comunes cosas cotidianas, así como con las más abstractas. Uno descubre cosas extrañas, ve cómo el pensamiento se debilita, cómo se hace trampas a sí mismo.

Deje que la atención alerta acose al pensamiento por los corredores de la mente poniéndolo al descubierto, sin escoger jamás, siempre persiguiéndolo.

Es especialmente difícil, desde el lugar en que uno se encuentra psicológicamente, no desear, no anhelar ciertas cosas, ciertos acontecimientos, no comparar. Cualquiera que sea nuestra condición, los deseos, los anhelos, las comparaciones continúan. Siempre anhelamos más o menos de esto o de aquello, ansiamos continuar con algún placer y evitar el dolor. Es realmente interesante preguntarse: ¿Por qué la mente crea un centro de sí misma, alrededor del cual se mueve y tiene su existencia? La vida es mil y una influencias, innumerables presiones, conscientes e inconscientes. Entre estas presiones e influencias, escogemos unas y descartamos otras, y así construimos gradualmente un centro. No dejamos que todas estas presiones e influencias pasen junto a nosotros sin afectarnos. Cada presión, cada influencia nos afecta, y el efecto que nos causa decimos que es bueno o malo; no parecemos capaces de observar, de darnos cuenta de la influencia sin tomar parte en ella de uno u otro modo, resistiéndola o acogiéndola. Esta resistencia o esta buena acogida, contribuyen a formar el centro desde el cual actuamos. ¿Puede la mente no crear este centro? La respuesta sólo es posible encontrarla a través de la experimentación, no mediante forma alguna de aceptación o rechazo. Por lo tanto, experimente y descubra. Con la terminación de este centro, existe la verdadera libertad.

Uno se agita, está ansioso, y a veces asustado. Estas cosas ocurren. Son los accidentes de la vida. La vida es hoy un día nublado. El otro día fue claro y soleado, pero ahora llueve, está nublado y hace frío; este cambio es el inevitable proceso del vivir. La ansiedad, el miedo, de pronto se nos vienen encima; hay causas para ello, ocultas o muy evidentes, y con un poco de percepción uno puede encontrar esas causas. Pero lo importante es darse cuenta de estos sucesos o accidentes y no dejarles que echen raíces, permanentes o temporarias. Uno da raíces a estas reacciones cuando la mente compara, justifica, condena o acepta. Usted sabe, uno tiene que estar internamente despierto todo el tiempo, sin ninguna tensión. La tensión surge cuando deseamos un resultado, y lo que surge vuelve a crear una tensión que también debe eliminarse. Permítale a la vida que fluya.

Es fatalmente fácil acostumbrarse a cualquier cosa, a cualquier incomodidad, a cualquier frustración, a cualquier satisfacción continua. Uno puede adaptarse a todas las circunstancias, a la demencia o al ascetismo. A la mente le gusta funcionar en surcos, en hábitos, y a esta actividad la llamamos el vivir. Cuando uno ve todo esto rompe con ello y trata de llevar una vida sin amarras, sin intereses personales. Estos intereses, si uno no está muy alerta, nos introducen de vuelta en un patrón de vida. En todo esto verá usted que la voluntad egocéntrica, la directiva, está funcionando -la voluntad de ser, de lograr, de devenir, etcétera­. Esa voluntad es el centro personal de la opción, y en tanto exista esa voluntad, la mente sólo puede funcionar dentro de hábitos, ya sea creados por ella misma o impuestos sobre ella. El verdadero problema es estar libres del ejercicio de la voluntad. Uno puede jugar distintos trucos consigo mismo -que está libre de la voluntad, del centro del yo, del escogedor­ pero ello proseguirá bajo un nombre diferente, bajo un pretexto diferente. Cuando uno comprende el verdadero significado del hábito, del acostumbrarse a las cosas, del escoger, del nombrar, del perseguir un interés, etcétera, cuando hay una percepción inteligente de todo esto, entonces ocurre el verdadero milagro, la cesación de la voluntad egocéntrica. Experimente con esto, dése cuenta de esto de instante en instante, sin deseo alguno de llegar a ninguna parte.

El cielo del sur y el cielo del norte son extraordinariamente distintos. Aquí en Londres, para variar, no hay una sola nube en el suave cielo azul, y los altísimos árboles apenas si empiezan a mostrar su verde. La primavera está por comenzar. Aquí es todo sombrío, no se nota alegría en la gente, como ocurre en el sur.

Una mente quieta pero muy alerta, vigilante, es una bendición; es como la tierra, rica y con posibilidades inmensas. Sólo cuando hay una mente así, que no compara, que no condena, sólo entonces es posible que exista esa riqueza que es inmensurable.

No permita que la asfixie el humo de la trivialidad, ni deje que el fuego se apague. Manténgase en movimiento, arrancando, destruyendo, sin echar raíces jamás. No permita que arraigue ningún problema, termine con ellos inmediatamente y despierte cada mañana fresca, joven e inocente…

Sea prudente y definida respecto de su salud; no permita que la emoción y el sentimiento interfieran con su salud ni que empequeñezcan su propia acción. Hay demasiadas influencias y presiones que de manera constante moldean la mente y el corazón; esté alerta a ellas, atraviéselas sin volverse una esclava de ellas. Ser esclavo de algo es ser mediocre. Manténgase despierta, en llamas.

Enfréntese al temor, invítelo, no deje que le sobrevenga súbitamente, inesperadamente; afróntelo de manera constante; persígalo con diligencia y deliberación. Espero que se encuentre bien y que todo eso no haya dejado cicatrices en usted; probablemente pueda curarse y tras ello proseguiremos. No permita que eso la asuste.

Profundamente, en lo interno, puede que haya un lento marchitamiento, tal vez no esté usted consciente de ello, o si lo está, quizá sea negligente al respecto. La ola del deterioro está siempre encima de nosotros, sin importar de quién se trate. Estar de frente a ella, afrontarla sin reaccionar y encontrarse fuera de ella, requiere una gran energía. Esta energía llega solamente cuando no hay conflicto de ninguna clase, ni consciente ni inconsciente. Esté muy alerta.

No permita que los problemas arraiguen. Pase por ellos rápidamente, atraviéselos como a la mantequilla. Que no dejen una huella, termine con ellos a medida que surgen. Usted no puede evitar tener problemas, pero termine con ellos inmediatamente.

Ha habido en usted un cambio bien nítido -una vitalidad más profunda, mayor claridad y fuerza; consérvelas, déjelas que operen, déles una oportunidad de fluir extensa y profundamente­. Cualquier cosa que ocurra, no se deje sofocar por las circunstancias, por la familia, por su propia condición física. Coma lo apropiado, haga ejercicios, no se vuelva floja. Habiendo llegado a cierto estado, prosiga, no se detenga ahí ­o sigue hacia adelante o experimentará un retroceso­. No puede permanecer estática. Durante muchos años se ha dejado llevar por la ola interna, se ha apartado, pero ahora tiene que salir de ese movimiento interno -conozca más gente, expándase­.

He estado meditando muchísimo, y eso ha sido bueno. Espero que usted también lo esté haciendo… empiece por estar alerta a cada pensamiento… a cada sentimiento… todo el día… y entonces los nervios y el cerebro se aquietan, se acallan… esto es lo que no puede hacerse mediante el control… entonces realmente comienza la meditación. Hágalo concienzudamente.

Cualquier cosa que suceda, no permita que el cuerpo moldee la naturaleza de la mente -esté atenta al cuerpo; coma lo correcto, permanezca consigo misma durante el día por algunas horas­ no se deje estar y no sea una esclava de las circunstancias. Manténgase tremendamente despierta".


Pintura: "Krishnamurti at Brockwood" , por Jane Adams

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